En mi trabajo actual en Fundación Telefónica uno de los regalos que tengo es que en mi área esté incluida la responsabilidad de publicar la revista Telos. Para los que no la conozcáis es una revista (hoy en papel y on-line) que ya tiene 25 años y dedicada a temas de Comunicación, Sociedad y Tecnologia. Ha pasado por muchas etapas y en ésta intentamos que se vaya acercando a temas actuales con la potencia de reflexión que da la Universidad, de la que viene la mayor parte de los autores. Es una revista incluida en muchos índices internacionales de Ciencias Sociales lo que le obliga a cumplir unas reglas estrictas de valoración de los artículos y de ofrecimiento abierto, en cada número, de "call for papers" a toda la comunidad científica.
Bueno, pues todo este preámbulo anterior era para contar que queremos ir convirtiendo la revista en un lugar donde tengan cabida reflexiones sobre el presente y el futuro que no tienen el espacio y la tranquilidad suficientes en el vibrante pero ruidoso entorno de las redes sociales. Por eso hemos renovado el Comité Científico que asesora a la revista e incluido a personas que no son estrictamente del mundo académico, catedráticos, etc como lo eran casi el 100% de los consejeros antes, pero que por su implicación en los cambios actuales relativos a Internet nos aportan visiones frescas y pegadas a la realidad. Así han ido entrando en sucesivas renovaciones personas como Tiscar Lara, Mario Tascon, Paloma Llaneza, Enrique Dans, Juan Freire, Dolors Reig, Nuria Oliver, Javier Celaya, etc . Con ellos estamos seguros que no nos olvidaremos de ningún tema clave en el cambio que Internet está produciendo en el mundo, pero al mismo tiempo, el resto de los consejeros desde las universidades nos conectan con las lineas de pensamiento más estructuradas y nos permiten dotar a la revista de esa densidad de pensamiento, que para muchos es mala, pero que yo, a medida que me adentro más en la evolución socio-tecnológica, creo que es más importante e incluso imprescindible para orientar la acción política y las nuevas reglas de funcionamiento de nuestra sociedad en medio de las nuevas posibilidades técnicas y de la nueva economía. Por eso quise escribir una Tribuna en le próximo número de Telos, el 89 que retará a esta reflexión. Lo copio aquí antes de que se publique para compartirlo, alimentar este blog y para ir conectando más mi actividad diaria con el blog que es el único modo de hacer que tenga vida y no que sea un "además" al que nunca tengo tiempo de ir. Lo que viene a continuación es el contenido de esa Tribuna que tiene el título genérico de este post
Tecnoptimismo y tecnorealismo
Como aficionado a la historia de la tecnología tengo
recogido abundante material de todas las predicciones que se hicieron tanto a
la llegada del telégrafo, de la electricidad a los hogares o del teléfono y la
radio para cambiar la naturaleza humana y de la sociedad y hacerla mejor dado
que aumentaba la comunicación entre los seres humanos. Esto daría fin a las
guerras, resolvería antes los malentendidos y aumentaría la confianza entre los
pueblos y la riqueza de todos. No digo que algunas de estas cosas no hayan
pasado, pero seguro que también han tenido razones más allá de las tecnologías,
y a veces, a pesar de las tecnologías. A esto se le llama tecno-optimismo y he
de confesar que respecto a Internet yo estoy o he estado instalado en esta
posición durante mucho tiempo.
Varias señales de los últimos meses me han hecho
replantearme cómo veo los cambios que Internet está introduciendo en nuestra
sociedad y me ha llevado a pensar que nos hace falta más pensamiento critico o
todos seguiremos repitiendo y haciendo rebotar las mismas ideas una y otra vez.
Ahora lo que Internet va a mejorar en nuestra sociedad es nuestra innovación,
nuestra educación, nuestra política y todo lo que podamos imaginar. Sin
embargo, el ritmo de cambio tecnológico es tan grande que yo creo que apenas
hemos hecho otra cosa que “jugar” con todos estos nuevos juguetes, todavía no
los hemos usado “en serio” para cambiar el mundo. No hace ni cinco años que
tenemos redes sociales extendidas a gran parte de la población, unos 15 que
tenemos móviles e Internet, unos 10 con banda ancha y menos de 6 que los
tenemos móviles capaces de darnos suficiente velocidad como para conectarse a
Internet. Es poco tiempo para que entendamos de verdad lo que todo esto
significa.
Leía estos días por primera vez “El gran interruptor” de
Nicholas Carr (un importante agujero que tenía en mis lecturas) y en medio de
interesantes analogías y diferencias entre el desarrollo de la red eléctrica y
la red de información iba desgranando algunas preguntas para las que vi que yo
no tenía las respuestas claras, pese a mi optimismo tecno-antropológico.
Nicholas Carr fue al inicio de su carrera editor ejecutivo de la prestigiosa Harvard
Business Review, donde publicó alguno de sus artículos más polémicos
como “IT doesn’t matter” (2003).
Sin embargo, es ahora más conocido por la polémica que inició diciendo que
Google nos estaba afectando mentalmente y haciéndonos más superficiales “Is
Google making us stupid” The Atlantic 2008. Esta afirmación desató un
debate, creo que necesario, en el que se mezclaron tanto datos
científicos, como convicciones
tecno-religiosas o simples ocurrencias. Lo importante es que levantó un tema
que requería reflexión y debate publico, y eso es precisamente lo que me ha producido
leer “El gran interruptor”.
Voy a poner un ejemplo para aclarar lo que motiva este
articulo. En una de sus páginas puedo leer “La retórica utópica ignora el
hecho de que la economía de mercado está subsumiendo rápidamente la economía
del regalo”. Esto puede parecer abstracto, pero deja de serlo si se pone en el contexto
de hablar de cómo se reparte la riqueza en Internet y de temas como el
crowdsourcing o la innovación abierta que pasan por ser grandes tendencias del
modo en que las empresas trabajaran en el futuro y, por tanto, de cómo
trabajaremos todos en ese futuro y de cómo nos ganaremos la vida. ¿Alguien
puede afirmar que todo este esquema no dará lugar a una especie de explotación
de mano de obra muy cualificada, pero
mal pagada en el futuro? .O bien ¿es este el futuro de relaciones
laborales que queremos, todos autónomos trabajando por proyectos?.
Una de las primeras cosas que Carr muestra es como las
“economias de red” de Internet concentran en poco tiempo casi toda la audiencia
y, por tanto, el poder económico en una o dos empresas de cada categoría. No
hay dos grandes buscadores o lugares de venta de libros o de subastas on-line,
etc. Las economías de red llevan a situaciones en las que generalmente “el
ganador se lo lleva todo”, en esto se diferencian de las “economias de escala o
de alcance” a las que estamos acostumbrados en el mundo económico actual, en el
que además unas autoridades velan por que no se formen monopolios o una
concentración excesiva de poder económico, algo que, por cierto, todavía no ha
afectado a Internet.
Como, además, muchas de estas empresas se basan en un
contenidos “regalado” por el usuario (contenidos generados por el usuario) ,
véase, fotos en Flickr o Picassa, búsquedas en Google, clicks en el “Me gusta”
de Facebook, etc nos encontramos en que los costes variables son bajos y los
márgenes y valores en Bolsa de estas empresas son inusuales. Nada de eso seria
importante si no destruyera empleos, pero Carr muestra que destruye y destruirá
muchos y además que estos no son empleos no cualificados sino empleos del
conocimiento (profesores universitarios, periodistas, publicistas, editores..)
precisamente del mundo del conocimiento que pensábamos estar creando. En una de
las páginas del libro se lee que efectivamente toda tecnología aporta
eficiencia económica y esto suele crear riqueza, así ha sido hasta ahora, trayendo también de la mano nuevos empleos. Sin embargo, en los trabajos del conocimiento las cosas no son
tan fáciles “Los trabajos creativos no son como otras mercancías de consumo,
y la eficiencia económica que en la mayoría de los mercados seria muy bien
recibida, podría tener efectos muchos menos saludables si se aplica a la construcción de bloques culturales”.
El mundo tras Internet va a ser muy diferente y tal vez no
sea todo tan bueno como imaginábamos. El mundo tras la bomba atómica, que fue
una gran innovación científica y tecnológica, no fue mejor, pero los seres
humanos supieron como defenderse de muchas de sus malas consecuencias mediante
la reflexión, la movilización y la política. Asi, pese a vivir en un mundo
convulso, hace 66 años que ningún país agrede a otro con una de estas bombas.
No demos por inevitable todo cambio, sobre todo si no nos aparece socialmente
adecuado. La tecnología ha de estar supeditada a la política que es el modo que
tienen las sociedades democráticas de regular su convivencia y su avance. Al
menos, todo esto requiere mucho debate y reflexión y por eso Telos es un lugar
extraordinario para que este debate se de. El otro día en la reunión del Comité
Cientifico de la revista un consejero apuntó la posibilidad de dedicar un
número a “El mundo que viene” y no puedo estar más de acuerdo.
Acabo, lo que por su brevedad, solo puede ser una alerta,
con otra frase que activó mis alertas, tanto como para decidir dedicar este
espacio al tema del optimismo y el realismo respecto a las nuevas tecnologías.
Aplicando también la economía de la Larga Cola de Chris Anderson al reparto de
la riqueza, todo parece indicar ahora que “cada vez más riqueza producida
por los mercados terminará probablemente en manos de una pequeña parte reducida
de individuos con un talento especial. En la economía de YouTube todo el mundo
puede jugar, pero solo unos pocos se llevan el premio”.