Este fin de semana he estado en Santiago de Compostela. El viernes organizamos un evento allí sobre la evolución del uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) en la Sanidad en Galicia, una región con un sistema sanitario que avanza más rápidamente que la media de las Comunidades Autónomas y con unos planes muy definidos, y ya me quedé un día más.
Tuve la suerte de estar allí en sábado pues se celebra a las 12 del mediodía la "misa del peregrino" que es un espectáculo muy especial y que es el desencadénante de esta entrada. A diferencia de a los otros dos polos de peregrinación de Occidente: Roma y Jerusalén, donde uno va en avión, a Santiago todavía se puede ir andando o en bicicleta. Cientos de personas con sus mochilas, su ropa de caminante y sus varas de viaje estaban repartidos por la catedral, sentados arrodillados, abrazados. Cada uno llegó allí por una razón, muchos de ellos supongo que por una razón religiosa, pero otros muchos, la mayor parte, atraídos también por el símbolo y por lo que este símbolo y ese Camino pudieran cambiarles. Casualmente hace unas semanas había visto con un amigo la película Peregrinos de Coline Serrau y de ella lo más destacado era el modo en que el camino cambiaba a los personajes. No es una película excepcional, pero sí una película optimista (algo de agradecer en medio de este tiempo de malas noticias) y una película de disfrute, con bellos paisajes y que te abre las ganas de ponerte también en marcha.
Todos los que veía en esa iglesia me parecía que reflexionaban sobre este cambio, el que se habría producido en sus vidas. Los libros para peregrinos hablan de que el Camino requiere tres preparaciones, una física, otra del alma y otra del espíritu. Esta última es la más misteriosa, pues tiene que ver con un entendimiento superior, un descubrimiento de algún misterio por medio de otras facultades que son solo la pura razón, por ejemplo, por la intuición, la inspiración, o la "experiencia única". Al fin y al cabo, espíritu en griego significa "vientecillo", "soplido", algo sutil que te llega de fuera. Desde luego el espectáculo de la catedral nos remitía a la Edad Media, al origen de esta peregrinación. La Misa era en latín, el lenguaje común de la religiosidad de los peregrinos de aquella época sin importar su origen. La Edad Media era, curiosamente, un mundo muy globalizado con una lengua, el latín, con la que, si uno podía hacerlo, tenía acceso a las diversas universidades (Paris, Salamanca, Lovaina...) que solo impartían clases en latín, la "lingua franca" del conocimiento. La misa también tuvo lecturas en español, alemán e italiano, muestra de la realidad más dividida en nacionalismos del mundo actual, a cargo de algunos de los sacerdotes que cooficiaban. Las mochilas sucias, los gestos cansados, la satisfacción de haber llegado, las lágrimas, los pies descalzos, eran muestras del poder atractivo de este símbolo.
Para aquellos que en nuestro mundo mercantil duden de que las marcas y los intangibles de las empresas tienen un valor incontestable que hay que cultivar, Santiago de Compostela y el Camino son un ejemplo extremo de esa verdad. Nada mueve tanto como un símbolo, pues no solo afecta a nuestro intelecto, sino a todo nuestro ser y tiene acceso directo a la palanca de nuestra voluntad. Un símbolo no es un signo, como un escudo o una señal, es en realidad lo que nos conecta con un arquetipo, uno de esos modelos eternos del inconsciente colectivo y universal de los que hablaba Jung, algo que ya llevamos dentro y a lo que apela. En este caso el arquetipo sería el del Cambio, el del renacimiento, el del resurgir. Al menos así lo sentí intensamente en medio de aquella multitud, con el órgano sonando y el botafumeiro oscilando y lanzando vapor de incienso por toda la iglesia. Con el altar mirando al Este y cada uno de los brazos de la catedral al resto de los puntos cardinales, sentí que todos estábamos dentro de una gran brújula de piedra, conectada con la geografía y el Universo, en medio de un misterio que había movido a tantas personas.
¿Sólo una moda?, es verdad que algo tiene de esto, pero también algo más, la moda no exige en general tanto sacrificio, ¿por qué se llenan los auditorios, incluso en las Escuelas de Negocios cuando las charlas tienen que ver con cómo organizar nuestra vida o vencer las adversidades y no cuando tratan de economía o de ingeniería? Porque estamos muy confusos en medio de los cambios y el Camino nos ofrece aquello de lo que carecemos y que todavía consideramos importante para afrontarlos: tiempo para pensar y pisar el mundo real donde vivimos; la oportunidad de compartir con extraños; de confiar en otros; de vivir con menos; de enfrentarse al dolor y al reto por nosotros mismos, sin máquinas, sin tecnología, sin apoyos. Porque nos ofrece la experiencia de todo lo que en algún momento fue habitual en la vida del ser humano, pero que hoy es un tesoro por lo excaso. Porque nos enfrenta por un tiempo con nosotros mismos, sin el barullo y el ruido del entorno, sin las constantes exigencias de otros o de nuestro caprichos, en una conversación interna que pocas veces tenemos la oportunidad de tener . Por eso el Camino atrae, porque es un símbolo profundo y una oportunidad. Yo lo sentí así el otro día en aquella iglesia, y me gustaría tener un día la experiencia del Camino en toda su extensión, tanto física como simbólica.
Tuve la suerte de estar allí en sábado pues se celebra a las 12 del mediodía la "misa del peregrino" que es un espectáculo muy especial y que es el desencadénante de esta entrada. A diferencia de a los otros dos polos de peregrinación de Occidente: Roma y Jerusalén, donde uno va en avión, a Santiago todavía se puede ir andando o en bicicleta. Cientos de personas con sus mochilas, su ropa de caminante y sus varas de viaje estaban repartidos por la catedral, sentados arrodillados, abrazados. Cada uno llegó allí por una razón, muchos de ellos supongo que por una razón religiosa, pero otros muchos, la mayor parte, atraídos también por el símbolo y por lo que este símbolo y ese Camino pudieran cambiarles. Casualmente hace unas semanas había visto con un amigo la película Peregrinos de Coline Serrau y de ella lo más destacado era el modo en que el camino cambiaba a los personajes. No es una película excepcional, pero sí una película optimista (algo de agradecer en medio de este tiempo de malas noticias) y una película de disfrute, con bellos paisajes y que te abre las ganas de ponerte también en marcha.
Todos los que veía en esa iglesia me parecía que reflexionaban sobre este cambio, el que se habría producido en sus vidas. Los libros para peregrinos hablan de que el Camino requiere tres preparaciones, una física, otra del alma y otra del espíritu. Esta última es la más misteriosa, pues tiene que ver con un entendimiento superior, un descubrimiento de algún misterio por medio de otras facultades que son solo la pura razón, por ejemplo, por la intuición, la inspiración, o la "experiencia única". Al fin y al cabo, espíritu en griego significa "vientecillo", "soplido", algo sutil que te llega de fuera. Desde luego el espectáculo de la catedral nos remitía a la Edad Media, al origen de esta peregrinación. La Misa era en latín, el lenguaje común de la religiosidad de los peregrinos de aquella época sin importar su origen. La Edad Media era, curiosamente, un mundo muy globalizado con una lengua, el latín, con la que, si uno podía hacerlo, tenía acceso a las diversas universidades (Paris, Salamanca, Lovaina...) que solo impartían clases en latín, la "lingua franca" del conocimiento. La misa también tuvo lecturas en español, alemán e italiano, muestra de la realidad más dividida en nacionalismos del mundo actual, a cargo de algunos de los sacerdotes que cooficiaban. Las mochilas sucias, los gestos cansados, la satisfacción de haber llegado, las lágrimas, los pies descalzos, eran muestras del poder atractivo de este símbolo.
Para aquellos que en nuestro mundo mercantil duden de que las marcas y los intangibles de las empresas tienen un valor incontestable que hay que cultivar, Santiago de Compostela y el Camino son un ejemplo extremo de esa verdad. Nada mueve tanto como un símbolo, pues no solo afecta a nuestro intelecto, sino a todo nuestro ser y tiene acceso directo a la palanca de nuestra voluntad. Un símbolo no es un signo, como un escudo o una señal, es en realidad lo que nos conecta con un arquetipo, uno de esos modelos eternos del inconsciente colectivo y universal de los que hablaba Jung, algo que ya llevamos dentro y a lo que apela. En este caso el arquetipo sería el del Cambio, el del renacimiento, el del resurgir. Al menos así lo sentí intensamente en medio de aquella multitud, con el órgano sonando y el botafumeiro oscilando y lanzando vapor de incienso por toda la iglesia. Con el altar mirando al Este y cada uno de los brazos de la catedral al resto de los puntos cardinales, sentí que todos estábamos dentro de una gran brújula de piedra, conectada con la geografía y el Universo, en medio de un misterio que había movido a tantas personas.
¿Sólo una moda?, es verdad que algo tiene de esto, pero también algo más, la moda no exige en general tanto sacrificio, ¿por qué se llenan los auditorios, incluso en las Escuelas de Negocios cuando las charlas tienen que ver con cómo organizar nuestra vida o vencer las adversidades y no cuando tratan de economía o de ingeniería? Porque estamos muy confusos en medio de los cambios y el Camino nos ofrece aquello de lo que carecemos y que todavía consideramos importante para afrontarlos: tiempo para pensar y pisar el mundo real donde vivimos; la oportunidad de compartir con extraños; de confiar en otros; de vivir con menos; de enfrentarse al dolor y al reto por nosotros mismos, sin máquinas, sin tecnología, sin apoyos. Porque nos ofrece la experiencia de todo lo que en algún momento fue habitual en la vida del ser humano, pero que hoy es un tesoro por lo excaso. Porque nos enfrenta por un tiempo con nosotros mismos, sin el barullo y el ruido del entorno, sin las constantes exigencias de otros o de nuestro caprichos, en una conversación interna que pocas veces tenemos la oportunidad de tener . Por eso el Camino atrae, porque es un símbolo profundo y una oportunidad. Yo lo sentí así el otro día en aquella iglesia, y me gustaría tener un día la experiencia del Camino en toda su extensión, tanto física como simbólica.
3 comentarios:
Una sensación similar sentí yo cuando visité Roma... por eso creo que el viaje que me falta es a Tierra Santa
Yo creo que te decepcionará por lo masificado y lo complejo. De los tres yo creo que el que mantiene el sabor de las peregrinaciones iniciales es Santiago al ser accesible a pie. Seguro que en Roma no te sentiste "romera", que era le nombre de los peregrinos a pie hasta Roma. Ya no nos queda más que la romería del Rocío como recuerdo y es bastante excesiva.
No me considero una persona religiosa ni especialmente espiritual, aunque si considero importante la cuestión y reflexión metafísica del ser humano (para aquellos en una situación similar, recomiendo el libro de Joseph Ratzinger "Dios y el Mundo"). No obstante, en mi visita a Roma de hace unos meses si pude observar las sensaciones y los sentimientos de mucha de la gente que visitaba la Basílica de San Pedro. Aún así, me decepcionó un poco la "espiritualidad" que se respiraba, quizás todo me pareció demasiado orientado a la explotación turística. Seguramente en periodos como Semana Santa o Navidad, cuando la gente hace una verdadera peregrinación o viaje espitirual, las sensaciones sean distintas.
Temo que a Santiago le pueda ocurrir lo mismo, me tranquiliza la opinión de José. Seguramente, en 2009 tenga la oportunidad de realizar la comparación.
Saludos
PD: ahora mismo he vuelto de Santiago por trabajo... a ver si en algún viaje puedo salir del Aeropuerto
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